Si tuviera que hacer una lista de los paisajes más hermosos que he visto en mi vida, seguro estaría el Valle del Cocora entre los primeros lugares. Y ni hablar de Salento, el colorido y pintoresco pueblito donde hay que hospedarse para ver el valle de las palmeras de cera gigantes y las atracciones del departamento de Quindío, Colombia.
El primer adjetivo que se me viene a la mente con Colombia es mágico. Y no por cliché, es que en verdad es un país con lugares maravillosos. Un país al que siempre que visito me hace sentir como en casa, con su gente tan hospitalaria. Hasta el acentito se me pega en cuanto llego.
Como aún me faltan muchas zonas por conocer y (pienso seguir yendo), este último viaje lo dediqué solamente a Salento en el Eje Cafetero y a Medellín, ciudad de la cual hablaré en otro post. Ahora me enfocaré en lo que puedes visitar si viajas a esta parte del Eje Cafetero.
Salento: entre casas de colores
Salento es un pueblito pequeñito, pero con mucha vida y muy colorido. Para llegar ahí hay que volar a Pereira o a Armenia y de ahí todavía conducir como una hora hasta Salento. Aunque nosotros tomamos un Uber, que como no está totalmente permitido, no fue posible tomar en el aeropuerto, cogimos primero un taxi al centro comercial donde nos citó el conductor de Uber con el que ya había hablado Patrick y de ahí cambiamos de vehículo.
Tal vez hubiera sido más fácil y rápido (posiblemente un poquito más costoso también) el haber tomado el taxi directamente del aeropuerto a Salento, pero en lo personal me molesta muchísimo que los taxis no nos dejen decidir a los consumidores qué transporte tomar.
En cuanto llegamos a Salento nos salimos a conocer el pueblito. Es muy chiquito, se puede recorrer en poco tiempo, ya que son unas cuantas calles que rodean a la plaza principal. Hay que ver la Calle Real que es como la arteria del pueblo, donde se encuentra la mayoría de los comercios y al menos ir a uno de los dos miradores, el de Alto de la Cruz y el de Salento.
Como teníamos hambre, empezamos comiendo un patacón gigante delicioso en uno de los puestos de la plaza principal y luego subimos los 238 escalones hasta llegar a la cima del Mirador Alto de la Cruz. Ahí se encuentran las letras de Salento y desde arriba tienes unas vistas súper bonitas del valle y del pueblo.
Como es un lugar donde llueve mucho, nos cayó un chubasco que con todo y paraguas terminamos empapados, pero es el clima delicioso que esperas tener en un pueblito mágico como éste. Además qué mejor lugar para estar mojados y con frío que en la tierra del café, así que aprovechamos para tomarnos nuestra primera taza de café colombiano en un lugar súper chulo llamado La Tertulia Café.
El Valle del Cocora que te deja sin aliento… literal
Honestamente creo que es uno de los lugares que tienes que ver antes de morir. Aquí se encuentra la Palma de Cera Ceroxylon, declarado árbol nacional desde 1985. Uno de los lugares que tenía en mi “bucket list” desde hace muchos años, finalmente estaba ahí a corta distancia de mí.
Muy tempranito en la mañana caminamos a la plaza principal, donde se toman los jeep “Willy”, una especie de transporte público súper económico que lleva a todos los turistas al Valle del Cocora. Imagínate que si le caben dos personas en la parte delantera y ocho atrás, calcula que en realidad subirán unas 15 y no exagero, porque a tres los llevan parados en la parte de atrás… dos de ellos fuimos Patrick y yo.
Como soy súper claustrofóbica, pensé “prefiero ir 20 minutos parada con el aire dándome en la cara, que amontonada ahí adentro”. En un principio todo bien, porque vas admirando los paisajes preciosos, pero en realidad es cansado y aunque vaya lento, no deja de ser peligroso. Pero bueno, es parte de la aventura turística, lo cierto es que después de hacer todo el trekking en el valle no lo recomiendo porque terminas el circuito sin energía.
Al llegar al parque tienes dos opciones, la “más fácil” o menos pesada, es empezar directamente por donde están las palmeras y de ahí, si lo deseas, recorrer todo el circuito del Parque Nacional Natural Valle del Cocora. Nosotros en un principio queríamos hacer el “camino corto”, pero al ver todo lo que tiene el circuito completo decidimos que si ya estábamos ahí, lo haríamos todo de una vez. “¿Está difícil?” le pregunté al de la entrada, y me respondió con ese acento delicioso paisa, “no señora, eso lo hace como en 5 horas o hasta en 3…” ¡ajá! Seguramente ese guardia nunca hizo el recorrido completo, si lo terminé casi sin aire.
Recorrimos los 12 kilómetros en unas 5-6 horas que no voy a mentir, se me hicieron súper pesadas porque empiezas en las montañas, pero vale 1000% la pena. También puedes hacerlo a caballo, pero a nosotros nos encanta caminar.
Si decides hacer todo el circuito tienes que tener en cuenta que no hay baños, solo en la Casa de los Colibríes que es un localito donde llegan colibríes (honestamente vimos solo cuatro), pero muy popular para hacer una parada para tomar chocolate caliente o aguapanela –riquísima, como un té que se hace con la caña de azúcar-, acompañado de un pedazo de queso. Además -repito- es tu única oportunidad para ir al baño.
El camino es precioso porque vas entre las montañas, cruzando el río a través de puentes de madera, viendo cascadas pequeñas y escuchando a los animales. Nosotros caminábamos, subíamos, bajábamos y yo no le veía fin. Hay que considerar que la altura puede llegar a ser de hasta 2,400 metros (y yo soy hipertensa, sí, ya empezamos con los achaques).
Pero en ese punto en el que volteaba y le decía a Patrick “no puedo más”, se empezó a poner todo mucho más fácil y de repente en medio de la neblina, entramos al Parque de la Palma de Cera. ¡Por fin el momento más esperado! Ese momento en el que ves todo el valle con sus colinas y palmeras gigantes que llegan a medir hasta 60 metros de alto, es indescriptible.
Yo estaba emocionadísima, tomamos mil fotos y bajamos hasta donde estaban las alas, que en teoría es un punto perfecto para una foto espectacular, pero a la vez imposible por la cantidad de gente que no quieres que salga en tu foto, además nos tocó mucho viento, así que la foto no salió como esperaba -en estos tiempos de Instagram ;-)-, pero igual es un punto increíble.
De ahí bajamos todavía emocionadísimos porque logramos terminar todo el circuito y tomamos el primer Willy disponible para regresar al centro. ¡Todavía nos faltaba visitar una cafetalera!
En la tierra del café
Llegamos de nuevo al puesto donde se toman los Willy para que nos llevaran a alguna cafetalera. Yo quería visitar alguna finca pequeña y familiar, así que Las Acacias me pareció ideal.
Las Acacias no solo produce café, en realidad las cafetaleras de ahí producen poco café y para sobrevivir se dedican también a cultivar otras frutas. El recorrido es súper bonito porque te van explicando sobre todos sus cultivos. Por ejemplo me llamó la atención que nos contaron que plantan el banano cerca del cafeto para evitar que erosione.
También vimos los animales que tienen como chivos, gallinas y vimos hasta huevos azules y obviamente nos fueron mostrando todo el proceso del café desde su cultivo hasta su fin. Esa tarde terminamos sentados bebiendo una deliciosa taza de café, frente a ese paisaje verde maravilloso y viendo el atardecer.
Parada exprés en Filandia
Nos cayó tan bien Remy, el chofer de Uber que nos llevó a principio a Salento, que también lo contratamos para que nos recogiera y nos llevara al aeropuerto, planeando una parada rápida en Filandia, otro colorido lugar de Quindío.
Aunque nos tocó todo en obras porque estaban reparando la calle principal, eso no impidió que pudiéramos ver el Parque Bolívar, que es como la plaza principal, rodeado de edificios coloridos, el Ayuntamiento y la Parroquia de María Inmaculada, así como la Calle 7 hasta el Mirador de Los Ángeles. Al final Remy terminó hasta dándonos una lista de recomendaciones de restaurantes.
Y así partimos en un pequeño avión de hélices rumbo a Medellín. De por sí le tengo miedo a los aviones, éste me tenía súper nerviosa, pero al final me distraje porque nos tocó volar con el equipo de futbol Once Caldas y la verdad el vuelo estuvo súper tranquilo. ¡Hasta la próxima Salento!
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