No hay mejor manera de disfrutar una ciudad, que cuando se siguen las recomendaciones de alguien que es de ahí y como tenemos la suerte de tener un buen amigo (Michal) de Bratislava, él se encargó de hacernos una lista con sus recomendaciones tanto de atracciones turísticas, como de restaurantes y bares. La lista nos vino de maravilla porque sólo contábamos con 24 horas para ver la ciudad.
Cuando llegas a la capital de Eslovaquia, notas enseguida que vas adentrándote a Europa del Este, sobre todo si viajas de Viena, donde tienen una estación de tren súper moderna y la ciudad es perfecta. En Bratislava la estación era más antigua y hasta caótica, aún con aires soviéticos o como el mismo Michal nos dijo “van a viajar en el tiempo como si estuvieran a principios de los 90, después de la época comunista”.
Bratislava es de esas ciudades que en cuanto empiezas a recorrerla, no puedes quitar la sonrisa de tu rostro, porque entre más caminas (sobre todo por su casco antiguo), más te va gustando.
Nosotros para empezar, estábamos muy bien ubicados, ya que nos hospedamos en el hotel Devin. Así que empezamos nuestro itinerario con lo que nos quedaba más cerca, en la plaza Hviezdoslavovo, que es enorme. Ahí por ejemplo se encuentra el Teatro Nacional de Eslovaquia, un edificio precioso, como muchos de los que vimos en el centro.
A unos cuantos metros, en una esquina, puedes ver una de las estatuas de bronce más queridas de Eslovaquia, la del trabajador Čumil, saliendo de una alcantarilla. Hay varias estatuas muy populares y durante el día es difícil tomar fotos porque tienes a muchos turistas haciendo fila. Te recomiendo tomarles de noche, cuando ya nadie les presta atención.
De ahí continuamos a una plaza preciosa, que me recordó un poco a las de Varsovia, la Hlavné, rodeada de lindos edificios coloridos. Ahí se encuentran las otras dos estatuas famosas, la del Soldado del Ejército de Napoleón y la de Schöne Naci alzándo su sombrero.
A la hora de comida fuimos a un restaurante que Michal nos recomendó, el Klástorny Pivovar Monastic Brewery. El lugar estaba en una plaza un poco más a las orillas del casco antiguo. La comida era deliciosa y económica (aunque en general Bratislava nos pareció muy barato); pedimos dos platos típicos, pero los nombres son tan difíciles que prefiero poner la foto, pero eran unos dumplings con queso y tocino, creo que de los más ricos que he probado. Obviamente los acompañamos con dos tipos de cerveza que producen en el lugar.
Ya con el estómago satisfecho (aunque en el fondo deseando poder tomar una siesta), seguimos nuestro trayecto hacia el Castillo de Bratislava. Pero antes pasamos por la famosa Puerta Michalská, la única que se preserva desde el siglo XIV y era una de las entradas a la ciudad amurallada.
En la puerta se puede subir a una torre para obtener vistas del casco antiguo, yo no soy muy fanática de ese tipo de subidas porque las escaleras suelen tener espacios estrechos y encerrados, pero para mi suerte a Patrick le encanta, así que él subió y tomó fotos desde arriba.
Otro punto turístico que encontramos en el camino, fue la Catedral de San Martín, que no pudimos ver bien porque había una boda. De ahí cruzamos la avenida para subir hasta la cima de la colina donde se ubica el Castillo de Bratislava, en su interior alberga el Museo Nacional Eslovaco. Además obtienes las mejores vistas de la ciudad y el Danubio.
Nos encanta caminar y aunque estábamos muy cansados, decidimos ir a pie hasta otra colina para ver el Slavín, que es el monumento a los soldados caídos en la Segunda Guerra Mundial. El memorial mide 52 metros de altura y en los jardines puedes ver las tumbas y los nombres de los héroes de guerra. Si no deseas caminar, tienes la opción ir a Slavín con el autobús 147 o en Uber.
Como Michal nos conoce bien y seguro sospechaba que a ese punto ya estaríamos cansados y sedientos, nos mandó a dos bares que nos encantaron, el primero fue el Café Verne, ubicado en la plaza Hviezdoslavovo, en la que empezamos nuestro recorrido.
De ahí cruzamos el río Danubio por el puente donde está el observatorio UFO para ir al segundo bar, ubicado en un botel (bote + hotel). En el camino, pasamos por un parque situado a orillas del río, que tiene una pequeña playa artificial y está lleno de bares, juegos para niños y hasta canchas de voleibol playero. Me gustó mucho porque me pareció menos turístico e ideal para disfrutar los días de verano.
Finalmente llegamos al bote Dunajský Pivovar y creo que esta fue la mejor recomendación que nos pudo hacer, porque además de ser bellísimo, nos tocó ver el atardecer, mientras bebíamos una deliciosa cerveza artesanal, producida por la misma empresa del botel.
Cuando regresamos al centro, la ciudad estaba todavía más animada. Eso me encantó de Bratislava, que tiene mucha vida, porque hay muchas ciudades hermosas donde a las 9 ó 10 de la noche ya no ves ni un alma en la calle y ya no encuentras restaurantes abiertos. Aquí no, calles, restaurantes y bares estaban llenos, había un gran ambiente en todos lados.
Al llegar la hora de la cena, fuimos a otro de los lugares recomendados, el Bratislavsky Mestiansky Pivovar, un restaurante abierto desde 1752, pero que se nota que lo han modernizado bastante. Cenamos otra especialidad que era el codillo de cerdo acompañado de dumplings, chucrut y una especie de pancake, acompañado de un vino tinto de uva Alibernet, típica de Eslovaquia. Qué rico y -repito barato- cenamos.
Al final, antes de regresar al hotel, paramos en el bar Forka, al que yo ya le había echado el ojo desde temprano, porque me llamó la atención la decoración, ya que Patrick quería probar un licor típico llamado slivovice, que es un destilado de ciruela.
Así terminamos la noche en Bratislava, una ciudad que resultó ser una gran sorpresa, hermosa, divertida y asequible. Si vas a viajar por Europa y ya quieres ver lugares diferentes, visita la capital eslovaca, te aseguro que te vas a enamorar.
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